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Los Molinos de Gavilanes.

Gavilanes es un pequeño pueblo de la provincia de Ávila situado en las estribaciones meridionales de Gredos, en el valle del río Tiétar. El casco urbano se asienta en las faldas de la Sierra del Cabezo, en una solana de la margen derecha de la garganta de Mijares, y contó con cinco molinos harineros en su término hasta hace medio siglo aproximadamente.

La primera noticia sobre los molinos de Gavilanes la tuve –cómo no– por medio de Internet. El Ayuntamiento tiene una página en la Red en la cual, entre otros datos referidos al pueblo, cita los cinco molinos que hubo en tiempos y acompaña la cita con un par de fotografías. La curiosidad que despertó en mí esta referencia inicial me animó a solicitar información del Ayuntamiento para llevar a cabo una visita con mayores posibilidades de éxito en la localización de los molinos.

Esta prevención me ahorró muchos esfuerzos, pues el lamentable estado de conservación de los escasos restos que quedan de lo que fue una próspera actividad industrial a escala rural, la quebrada topografía de la Garganta y lo intrincado de la vegetación en una primavera pródiga en lluvias con temperaturas cálidas, hubieran hecho muy difícil encontrar los restos de los molinos sin la guía de un conocedor de la zona.

Tras varios contactos telefónicos consecutivos, finalmente tuve la fortuna de hablar con un vecino de Gavilanes, agricultor y ganadero, cuya familia tuvo uno de los molinos del pueblo y de joven pasó muchos ratos en él. Conocido mi interés, se prestó a informarme y tuvo la amabilidad de acompañarme buena parte de la mañana que pasé en el pueblo. Que fue un domingo de finales del mes de mayo, con algún celaje, mucha humedad en el ambiente y temperatura agradable.

José, mi acompañante, había iniciado la jornada sacando del aprisco una punta de ovejas; la víspera estuvo «abriendo» cepas, es decir, eliminado la yerba que rodea el pie de las vides y que no puede levantar el tractor o la mula mecánica, según los casos. Hacia las diez de la mañana iniciamos el recorrido por los molinos más próximos al pueblo y, como complemento, recibí indicaciones precisas para completar las visitas al resto.

Una advertencia previa para futuros visitantes: la toponimia, tanto en los mapas del IGN como en los de SGE, no concuerda con la de uso local, que en buena lógica es la que debe prevalecer. La garganta que se descuelga desde el puerto de Mijares, en el paraje conocido como Regajo Redondo, hasta entregar sus aguas en el río Tiétar, en la que se encuentran los molinos del término de Gavilanes, recibe el nombre de Garganta de Mijares desde el origen hasta que se le une por la margen derecha la Garganta del Chorro, aguas abajo del pueblo y cerca de la Fuente del Labradero. Desde este punto hasta la incorporación al río se conoce como Garganta de las Torres por un despoblado de ese nombre que perteneció a Gavilanes.

El primer molino, es decir, el cimero, recibe el nombre de Molino de la Cuesta y se encuentra en la margen derecha de la Garganta de Mijares. No es fácil llegar hasta los escasos restos que quedan del molino debido a la desaparición, por falta de uso, de la antigua senda que partiendo de la carretera a la salida del pueblo se borra al adentrarse en un dédalo de parcelas, lindes y regueras. Comenta José que la desaparición de la ganadería y el abandono de las pequeñas huertas hace impracticables los senderos. Su conocimiento del terreno nos permite llegar a la orilla de la garganta y descubrir –sin eufemismos fue un descubrimiento– los restos del molino.

Se trata de una pequeña construcción de planta rectangular de la que ha desaparecido la cubierta. Los muros son de mampostería y sólo se aprecia claramente el cárcavo, cuya boca está ejecutada con sólidos sillares y cerrada por un dintel de madera de roble. En su interior el cárcavo conserva el rodezno metálico, el árbol y el saetín hecho por una media caña de madera. Sobre la boca se encuentra la pequeña ventana habitual en todos los molinos que permitía el trabajo merced a la poca luz que por ella penetraba sobre la tolva. El recinto del molino es difícilmente accesible a causa de la vegetación y apartando la maleza me muestra José la entrada de agua desde el cubo al molino, formada también es este caso por un grueso tronco vaciado en forma de media caña.

Regresamos deshaciendo el camino hasta la carretera y continuamos para llegar al Molino del Charco Carpintero, que pertenece a la familia de José. En esta ocasión el acceso es más fácil, ya que nos dejamos caer desde el arcén de la carretera hasta las ruinas del molino, aguas abajo del anterior. Se vuelven a presentar las mismas dificultades para identificar los restos, ahogados por la vegetación. El edificio es de parecidas características al anterior. Una muela «francesa» estorba la entrada al cárcavo, cuya boca está formada por sencillas dovelas que forman un arco de medio punto ligeramente peraltado. Poco hay que ver en el interior, al que llegamos sorteando maleza y restos de vigas: se aprecia el humero de la lumbre con la que en tiempo frío se hacía llevadera la espera de la molienda.

El Molino del Labradero queda a la altura de la fuente del mismo nombre, que se encuentra en la orilla de la carretera, tras pasar la Garganta del Chorro, por lo cual éste es el primer molino de la Garganta de las Torres. Está enmascarado por una pequeña construcción, un chalet, que corta el caz de acceso del agua al molino, y su edificio está mejor conservado: permanecen en pie los muros, que permiten comprobar la existencia de una cubierta a dos aguas, de dos ventanucos sobre la boca del cárcavo, que en este caso es en arco rebajado formado por dovelas bien labradas. En el recinto quedan varias muelas, alguna de ellas «francesa», otra del país cayó al cárcavo al ceder el pavimento; también permanecen el árbol y el rodezno.

Para llegar al Molino del Tío Eusebio es necesario tomar un carril frente a la Fuente del Tudón (o del Tuhón) y al llegar a una acequia remontar unos trescientos metros hasta alcanzar una zona llana a la derecha del cauce. La vegetación y los restos de árboles y arbustos hacen prácticamente impenetrable el paraje, circunstancia que dificulta el acceso a los escasos vestigios del molino: se reducen a un muro en el que está la boca del cárcavo, constituida por dovelas que definen un arco de medio punto peraltado. En el interior quedan dos muelas volanderas de granito, una de ellas de muy pequeño espesor.

El último molino de la Garganta de las Torres, el Molino del Tío Sabas, se encuentra en la margen izquierda, y se aparta del modelo encontrado en el resto del cauce. Consta de un edificio de mampostería de dos plantas y cámara, con cubierta de teja árabe a dos aguas. Dispone de un cubo formado por sillares de piedra al cual llega el agua por una reguera de ladrillo apoyada en un fuerte muro de piedra. La casa está habitada en fines de semana y en periodo de vacaciones por uno de los descendientes del último molinero, que la rehabilita con su trabajo personal. Por razones de salubridad se han cerrado las dos bocas del cárcavo; también se han desmontado los elementos clásicos del molino, algunos de los cuales permanecen en los alrededores del edificio.

En la Garganta del Chorro hubo otro molino en la margen derecha, a unos doscientos metros aguas arriba de la carretera. Tuvo el nombre de Molino del Tío Perol, y actualmente no quedan rastros de su existencia en el paraje. La información local asegura que la piedra del edificio del molino se ha empleado en la construcción de dos modernos chalets, próximos a la carretera de Mijares, en la zona alta del pueblo.

La descripción de las instalaciones hidráulicas de Gavilanes no quedaría completa sin la referencia a una fábrica de luz situada en la Garganta del Chorro, al pie de un gran paredón rocoso conocido como Chorrera de Blasco Chico, visible desde la carretera cerca de la Fuente del Labradero. Un salto de agua entubado de más de sesenta metros de desnivel, alimenta la instalación, que no pude visitarla por falta de tiempo.

Las gentes de Gavilanes han tenido la magnífica idea de rescatar y exponer a la contemplación de propios y extraños que no han conocido cómo se desarrolló la vida rural desde tiempos inmemoriales hasta hace poco más o menos diez lustros, una carreta de las que constituyeron el medio de transporte por los senderos de la Sierra y el potro de herrar los bueyes que tiraban de ellas. Ambos elementos, en perfecto estado de conservación, se hallan en el margen de la carretera que desde la C-501 llega hasta el pueblo en el límite del término municipal.

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